Sentido o insensibilidad
El texto que sirve de introducción al Tractatus Logico-Philosophicus de L. Wittgenstein es, en mi opinión, muy interesante por dos motivos; en primer lugar porque nos permite ver las intenciones iniciales del autor al escribir la obra, y en segundo lugar porque muestra la sensación que dejó en él la finalización de la misma. La influencia que tuvo en la manera de pensar del momento debió de ser enorme, de una magnitud que ahora mismo nos cuesta imaginar dado el carácter fugaz de todo lo que se escribe hoy en día, donde nada parece repercutir más allá de un par de telediarios. Su contenido es decisivo para entender el modo de pensar de los autores analíticos, y por extensión, para comprender nuestra sociedad actual.
En él se explica que hay que distinguir entre aquello de lo cual no se puede hablar con claridad de aquello que sí puede ser expresado claramente. De lo primero no hay nada que decir, mientras que lo segundo puede, y debe ser enunciado con claridad. Aunque entiendo su postura, que es muy razonable ante los excesos de confusión de autores anteriores, como los idealistas alemanes, no la comparto, porque pienso que el ideal de claridad puede llevar a una simplificación que no responde a la totalidad de la realidad.
Hace poco oí que un “motero nunca se pierde, encuentra nuevas rutas”. En este sentido creo que el pensamiento es como un motero, que, lejos de estar extraviado, no hace sino descubrir nuevos caminos o aspectos de la realidad. Por eso pienso que no se debe buscar la exactitud propia de las ciencias experimentales en otros campos del saber, porque, sencillamente, hay ámbitos donde no se puede dar esa precisión. Pretender, por ejemplo, que la justicia tenga un rigor y una infalibilidad propia de las matemáticas es algo absurdo en su mismo planteamiento, pero nadie cree por ello que la justicia no exista o no deba hablarse de ella.
La sociedad actual es probablemente la sociedad más incoherente de todos los tiempos. Por un lado, posee gran confianza en las ciencias experimentales (cuando, en realidad, se basan en gran medida en postulados o axiomas que no pueden ser demostrados, sobre los cuales se construyen posteriormente las conclusiones), mientras que por otro renuncia a la profundización del espíritu. La ausencia de una fundamentación sólida puede verse fácilmente en la incapacidad de nuestra civilización de dar una respuesta a los graves problemas éticos a que nos enfrentamos hoy en día. Desde mi punto de vista, lo más peligroso de nuestra situación actual no son los problemas en sí, pues son los que nos ha tocado vivir del mismo modo que en épocas anteriores tuvieron que luchar contra otras injusticias, sino la insensibilidad casi total que hay en torno a esos conflictos, así como la falta de determinación e implicación real. El otro día, hablando con mi hermano ingeniero de estos temas, y tras utilizar todo tipo de argumentos alarconianos sobre la subalternación de las ciencias, creo que logré transmitirle la importancia de considerar una ciencia primera, aunque me quedé lejos de conseguir cualquier indicio de resolución de cara a la acción. La pereza es una gran plaga que nos afecta a todos hoy por hoy, la pasividad ante las iniquidades que se cometen, el conformismo ante lo que nos rodea, en definitiva, la pérdida de la voluntad de luchar que acaba en la pérdida del amor a la vida.
Asimismo, creo que gran parte de la degeneración actual procede de la decadencia en la concepción de la política. Cuando se pierde el sentido de la comunidad es fácil caer en el individualismo y en la simple búsqueda del interés propio, olvidando completamente nociones como el servicio, la entrega o el sacrificio. La apariencia democrática de muchos países occidentales es muy conveniente para una sociedad masificada cuyos individuos se engañan a sí mismos al pacificar su conciencia depositando un inocente voto. Pero lo cierto es que ese voto, junto con los impuestos, es el precio que estamos dispuestos a pagar para desentendernos de la participación activa en nuestro entorno. El grado de aceptación a los despropósitos llevados a cabo por nuestro representantes es tan alto por parte de la población, que se ha generado un gran circo en torno a la política donde el único requisito para entrar parece ser desprenderse de todo indicio de honradez u honestidad, y tener un firme propósito de llenarse los bolsillos. Ante este panorama no resulta fácil presentar soluciones reales, aunque es probable que si simplemente nos hiciéramos cargo del problema, y surgiera la voluntad común de salir de él ya habríamos ganado bastante.