Vaguedad y engaño
Desde pequeño me he preocupado por el futuro de la humanidad en su conjunto, aunque lo que más me ha interesado siempre es la acción humana individual. Me apasionaba ver cómo algunos grandes hombres cambiaban el curso de los acontecimientos de su época con su firme resolución. A lo largo del siglo XX, y coincidiendo con el auge de las nuevas formas de comunicación y de transmisión de la información, la acción humana se ha visto cada vez más identificada con el empleo del lenguaje. Así, el lenguaje ha sido ensalzado en gran medida, y se ha comprendido la necesidad de manejar bien esta técnica. Los grandes ideólogos de comienzos de siglo se dieron cuenta del poder que encerraba el lenguaje, y su empleo fue decisivo en el surgimiento de los regímenes totalitarios en Europa.
Al leer el texto de B. Russell, me he puesto a considerar los peligros que tiene el establecer el lenguaje como única vía de acción en el hombre. Trataré de explicarme lo mejor que pueda, pues no quiero que se piense que en este ensayo se pretende atacar el lenguaje o devaluarlo de algún modo, sino que más bien lo que se intenta es aclarar que el lenguaje tiene sus limitaciones y sobre todo, mostrar que existen otras vías de acción que no llevan por medio la palabra.
En el texto “Vaguedad”, Russell expone que “todo lenguaje es vago”, en el sentido de que cualquier enunciado o proposición está siempre sujeta a una cierta ambigüedad. No es mi propósito rebatir su argumentación (que considero bastante sólida), sino analizar las consecuencias que una teoría así puede ocasionar. Me parece que lo único que hay que hacer para ver los posibles efectos de una doctrina así es mirar a nuestro alrededor. Posiciones como el escepticismo o el relativismo están tan extendidas que incluso los que tratan de luchar con todas sus fuerzas contra ellas (como yo) se encuentran a menudo afrontando problemas desde un punto de vista escéptico o relativista. Si el lenguaje es siempre ambiguo, y toda nuestra capacidad de actuar se basa en el lenguaje, entonces es imposible establecer algo así como una ética universal, y todo se reduce a la ambigüedad de las circunstancias. Del mismo modo, la Verdad queda en entredicho, siendo reemplazada por la cómoda postura relativista, que casi siempre va acompañada de una cierta renuncia a la racionalidad (es corriente que las disputas con quienes “piensan” así terminen con alguna frase del tipo “bueno, eso es lo que te parece a ti” o “esa es tu opinión”, con el consecuente rechazo a tratar de comprender cualquier razonamiento empleado en la discusión). Aunque pienso que esta es una postura equivocada en muchos sentidos, mi única intención aquí es mostrar que es la que de hecho sostienen muchas personas en la actualidad.
En este sentido, creo que sería necesaria una reconsideración del carácter objetivo del mundo, un cierto acercamiento a lo que dicta el sentido común. Pero eso es algo que dejo para otra ocasión. Por el momento lo que me interesa es destacar la resolución de la acción humana frente a lo que se puede denominar palabrería estéril. Lo que trato de decir es que en un mundo donde la vaguedad del lenguaje está más presente que nunca, hace falta menos justificación expresa y más coherencia interna en la acción. Por poner un ejemplo: cuando los primeros cristianos se vieron perseguidos en el Imperio Romano, no disponían de medios para defenderse, y sin embargo, con su sacrificio y la coherencia de sus vidas su ejemplo ha llegado hasta nosotros. Hoy en día, en cambio, nos escudamos en la supuesta racionalidad de nuestra sociedad para no actuar, para no implicarnos. Nos escaqueamos de nuestro deber para mantener la comodidad de una vida fácil y sin complicaciones. El lenguaje ha sido utilizado por muchos para crear esta situación mediante el engaño y la manipulación, donde lo importante es la apariencia, lo superficial, lo falso.
Este texto no es en ningún caso una crítica contra el lenguaje, sino contra la actitud de aquellas personas que, mediante una práctica utilitarista del mismo han ocasionado un declive en la calidad intelectual de la sociedad. Por eso, una persona actualmente se ve desbordada por la cantidad de cosas que se escriben o publican sin previa reflexión (que en muchos casos vienen ocasionadas por el afán de actualidad de la actividad periodística). Esto lleva a menudo al surgimiento de la conciencia escéptica que tan perniciosa es desde un punto de vista humano. Precisamente porque el lenguaje es algo muy valioso, pienso que no hay que malgastarlo en discursos inútiles, sino que hay que emplearlo para hablar de lo que de verdad importa.
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